CAPITULO 1
—¿Qué hace una mujer como tú en un bar como este, sola en la víspera de Navidad?
Niki rodó los ojos. Ese comentario, poco convincente, no era suficiente ni siquiera para que se interesara en volverse hacia el borracho que se atrevió a chocar con ella. Sintiéndose bastante hosca para arrancar la cabeza de alguien, gruñó bajo. Una advertencia a la que esperaba que el idiota prestara atención. Esta no había sido su mejor semana y con la perspectiva de otro día de fiesta avecinándose, había crecido su inquietud y nerviosismo. Una combinación peligrosa para cualquier cambiante.
—¿Qué fue eso?
Esto es una advertencia. Él era demasiado estúpido o estaba demasiado borracho para darse cuenta de lo cerca que estaba de la muerte. Puede que no fuera su culpa haber llegado en un mal momento, pero eso no le impediría desquitarse con él. Olfateó el aire con la esperanza de captar la esencia que le diera permiso para sacrificarlo. Por desgracia, parecía ser cien por cien humano, lo que significaba que no se le permitía tocarlo. Cuanto menos se relacionaran con su especie, menos posibilidades de que fueran descubiertos.
—Oye cariño. Estoy hablando contigo.
Niki entrecerró los ojos y apretó la mandíbula. Condenadas reglas, necesitaba una salida para sus frustraciones y un poco de violencia era sin duda una forma de conseguirlo. Niki Harris merecía un poco de diversión por una noche, incluso si eso significaba el derramamiento de sangre no autorizada.
Se acomodó en el taburete, enderezando el top de cuero de cuello halter que había elegido para esa la noche, asegurándose de mostrar una cantidad óptima de escote como distracción. El calor se apoderó de su sistema mientras se preparaba para una pelea. Se tomó unos segundos para controlar el impulso de cambiar antes de volverse y enfrentarse al molesto extraño.
Cuando tuvo un buen vistazo de ella, sus ojos se abrieron y fijó su mirada en sus pechos como había esperado. Se lamió los labios y medio esperaba que la baba comenzara a gotear de su boca en cuestión de segundos. Espiando el aspecto vidrioso de sus ojos por el exceso de alcohol y la musculatura carnosa y suave de sus brazos, por no hablar de la barriga cervecera, sabía que esto sería demasiado fácil. Estaría en el suelo en menos de un minuto. Ni siquiera valía la pena. Ninguna satisfacción vendría de un hombre como éste. Necesitaba una pelea o un buen polvo, pero tenía que ser razonable.
—Le sugiero seguir adelante antes de que pierda la poca paciencia que me queda.
—Quieres jugar duro para conseguirlo, ¿eh? —Sus palabras arrastradas en una maraña casi incoherente, causando que su estómago rodara con disgusto. Este idiota no tenía idea de con quién estaba jugando.
Concentrándose interiormente, le dio un codazo al puma en su interior. El lento pulso de su sangre en las venas se aceleró y la calentó de dentro hacia fuera. Niki cerró los ojos y se imaginó el resplandor azul hielo de sus ojos cuando se movió. No era dorada, como la mayoría de sus hermanos puma. Sus colmillos se alargaron y se asomaron por un lado del labio. Satisfecha de haber controlado suficiente el cambio, levantó los párpados y le enseñó los colmillos al desconocido indefenso. Puede que no fuera muy deportista, pero no obstante todavía se sentiría bien sacando el infierno de él.
Su mano salió disparada para coger su cuello, pero fue agarrada por alguien tan loco como para ponerse entre ella y su presa. El toque crepitaba y quemaba directamente a su centro.
—Yo no lo haría si fuera tú. No necesitamos ese tipo de problemas —advirtió el desconocido.
Su gruñido de frustración, superó el fragor de la conversación en el bar, atrayendo la atención de más de unos pocos clientes. Pero el calor de la mano rodeando su muñeca la distrajo, recordándole por qué se había ido tan lejos de casa en primer lugar. No quería pasar la Navidad sola este año. Levantó los ojos al recién llegado para conocer al sexo con patas de pie junto a ella. Al menos un metro ochenta, era un hombre musculoso y estaba a menos de medio metro de ella y simplemente perfecto para joderlo.
—¡Hey amigo! Esta dama es mía, no puedes robármela —El borracho no sabía cuándo retirarse.
—Acabo de salvar tu vida, ahora sé un buen borracho y pide otra copa en el bar antes de que cambie de opinión y te eche de aquí.
La ardiente y sexy voz fluyó sobre ella como mantequilla caliente, toda suave como la seda mientras hablaba con el idiota sin apartar los ojos de ella. El corazón le latía con fuerza mientras su mirada inquebrantable viajó sobre ella. Vestido con pantalones vaqueros y una camiseta oscura con el nombre de la barra estampado en el pecho, se vio en apuros para alejarse. Las líneas arrogantes de su rostro sólo hicieron hincapié en el increíble paquete que formaba. Tenía el cuerpo de un guerrero, no solo esculpido en un gimnasio. Aun mejor. Podía oler el puma en él, un olor salvaje y temerario que hacía que sus pezones se contrajeran y sus fosas nasales se abrieran mientras respiraba más. Por primera vez en mucho tiempo, el felino dentro de ella quería rugir de aprobación.
Su piel tonificada de color olivaceo, el pelo largo y oscuro lo hicieron todo atractivo y maravilloso como el infierno. Sin siquiera saber su nombre, quería arrastrarlo hasta el suelo y tomar un bocado. No se parecía a cualquier otro gato que había conocido y algo en él la atrajo.
Él le sonrió, dientes blancos brillantes contra sus labios de rubí que podía imaginar mordisqueandolos durante días. La forma arrogante en que la miró de arriba abajo, habría hecho que cualquier otro hombre se ganara un puñetazo en el estómago o algo peor. En cambio, la urgencia de cerrar sus piernas alrededor de su cintura y tomarlo con toda su fuerza quitaba el aire de sus pulmones.
Ahora tenía una gran imagen para rondar por su mente.
Niki negó con la cabeza, preguntándose qué le pasaba. Una mirada a un semental duro y caliente y estaba dispuesta a desnudarse y ponerse en posición horizontal con él.
Realmente necesito unas vacaciones.
Cuando el borracho se rindió y se alejó, su bombón le soltó la muñeca y le tomó la mano.
—Por cierto, soy Dean.
—Niki —Tomó la mano que le ofrecía y lo vio llevársela a los labios. Sus ojos oscuros brillaban con luz burlona y mirada sugestiva. Se estremeció, su cuerpo se iluminó y cuando su lengua salió para lamer su piel, el fuego la recorrió, envolviéndola en un calor que latía directamente en su clítoris y pezones.
—¿Puedo ofrecerte una copa, Niki?
Se quedó sin aliento mientras seguía besando y lamiendo un camino por su brazo. Algo en la forma en que pronunció su nombre implicó mucho más que una bebida. Una abrumadora sensación de deseo corría por sus venas, alcanzando un maximo en sus pezones. Cuando llegó a la parte interior de su codo, casi se disparó al techo. Había descubierto uno de sus lugares especiales, el lugar que siempre la ponía caliente y húmeda en un instante. Su esperanza de no avergonzarse murió cuando la nariz de él se dilató con su repentina oleada de excitación. Había atrapado su olor.
—Whisky —respondió un poco sin aliento para su tranquilidad.
Otra mujer se habría ruborizado, dadas las circunstancias, pero ella no. El sexo era tan natural para ella como bañarse o la caza. De hecho, ella y sus hermanas felinas tenían cantidades anormalmente altas de sexo y liberaciones regulares que las mantenía en equilibrio, una cosa que su madre les recordaba todo el tiempo. El sexo mantenía sus tendencias agresivas a raya. Desafortunadamente para Niki, sus liberaciones últimamente habían sido estrictamente a solas y se había cansado de jugar en solitario. Ese mismo día, había corrido por el bosque familiar, no muy lejos de casa, mientras la nieve caía durante toda la tarde en grandes escamas húmedas. Pero no alcanzó el nivel de satisfacción que su cuerpo ansiaba. La naturaleza la había obligado a aceptar que sin la adrenalina del miedo o el sexo, nunca se conformaría.
Sin embargo, las cosas estaban mejorando.
Dean levantó la cabeza hacia el hombre detrás de la barra.
—Lo tienes, jefe —El camarero asintió.
—Es un placer conocerte, Niki —Dean se acercó más—. No creo haberte visto en mi bar antes. Estoy seguro de que recordaría a alguien como tú. Destacas en la multitud.
Niki apenas oyó sus palabras. Con cada movimiento que hacía, sus sentidos se desbordaban con el olor a almizcle y pino, como el de después de una violenta tormenta en la montaña. Su aroma. Masculino. Fuerte. Dominante. Imágenes de él empujando sus muslos para que estuviera a horcajadas sobre sus piernas hacían débilitar sus rodillas.
—No tienes ni idea —respondió ella sin pensar—. Por lo menos en esta época del año puedo salir con mucho más camuflaje de lo normal.
Su mirada perpleja finalmente se aparto de su cerebro podrido de lujuria. Había estado a punto de revelar su estatus como una rara guerrera puma blanca a un perfecto desconocido. El único secreto que podría conseguir que la mataran. ¿Qué demonios la estaba pasando? Su cuerpo se había fundido por el hombre caliente de pie delante de ella, pero no solía ser tan estúpida. No sabía casi nada sobre el hombre o su establecimiento. De hecho, ¿cómo no había oído hablar de una empresa puma amigable tan cerca de casa?
Niki aceptó el vaso de whisky del camarero y tomó un sorbo, con la esperanza de reunir su ingenio antes de cometer más errores.
—Gracias por cuidar de tu cliente, excesivamente amable, por mí. Por mucho que me hubiera gustado romperle los huesos probablemente no sería una gran idea.
—¿Te sientes un poco tensa?
No tenía ni idea. Simplemente se encogió de hombros. No sería bueno poner todas sus cartas sobre la mesa tan pronto.
—Tal vez podríamos encontrar algo más que puedas hacer con toda esa energía reprimida.
Sus oídos se agudizaron. Ahora estaba hablando. Dio un paso más cerca, absorbiendo el calor que irradiaba de su cuerpo y otra inhalación de su delicioso aroma. Un poco más y podría convertirse en una adicta.
— ¿En que estas pensando? —Susurró.
Él sonrió.
—¿Estas ansiosa?
Se echó hacia atrás por su tono de burla, retirándose de su toque. A pesar de la inmediata sensación de pérdida, no iba a quedarse si se burlaban de ella. Además no era como si no pudiera encontrar un “socio” dispuesto y sin el sarcasmo. Se apartó de él empeñada en salir por la puerta sin causar una escena o sin mirar hacia atrás al hombre voluptuoso, que la había encendido más en unos pocos segundos que cualquier otro hombre lo había echo durante… bueno, nunca.
—No lo hagas —Su voz sonó fuerte y clara, podría haber jurado que toda la barra se detuvo, incluida ella.
No había sido una petición o una solicitud. Su tono de mando chisporroteaba desde su cabeza a los dedos de los pies. Pero era una mujer con una sobredosis de orgullo que se negaba a dar la vuelta y regresar. Tendría que encontrarse con ella a mitad de camino o ya se podía olvidar. Así que esperó.
Cuando él puso sus manos en su cintura se estremeció de placer. En ese momento, se había establecido un acuerdo. Durante esta noche iba a ser suya y él sería suyo, sin preguntas.
—Esto podría ser peligroso —advirtió, su voz a un nivel tan bajo que solo ella oyó.
Se echó hacia atrás y apoyó la cabeza en su hombro.
— Peligro es mi segundo nombre.
Le puso su chaqueta sobre los hombros y la condujo hacia la parte posterior de la barra. Cuando llegó a la puerta, se detuvo.
—Última oportunidad. ¿Tienes dudas?
—Ninguna —le aseguró.
Con el primer paso hacia fuera, ella inhaló profundamente, sintiendo el aroma limpio de la nieve fresca y de la tierra salvaje. Esta época del año era su favorita. Desde las frías noches, en frente de una chimenea caliente, a las largas horas de oscuridad que le daban el cobijo que buscaba, corría libre y salvaje cada vez que podía. El invierno era su tiempo
El bosque, rodeaba el pequeño bar, con sólo un diminuto camino de tierra que conducía a los visitantes al estacionamiento. El aislamiento no le molestaba en absoluto. Gracias a su ADN mixto, valoraba su intimidad más que la media de los cambiantes. Aunque eran todos bastante reservados cuando se trataba de lugares públicos que incluyeran los seres humanos. Frunció los labios. A menudo no eran los seres humanos los que causaban problemas. La mayoría de los pumas de este lado de la cordillera nacieron de sangre pura y querían mantenerlo de esa manera. Entonces, ¿cuál era la historia de este tipo? se preguntó.
—Es una buena noche para una carrera.
—¿Es ahí donde vamos? —Eso no había sido lo que tenía en mente, pero no podía invitarlo exactamente a la casa que compartía con dos de sus hermanas. Los pocos affairs que tenía se mantenian siempre discretos, no importaba cuánto tiempo duraran.
—Tal vez en otro momento. Esa es mi casa —Señaló una pequeña casa situada entre los árboles en el extremo opuesto del estacionamiento. Ni siquiera se había dado cuenta hasta ahora. En su defensa, era un edificio tan anodino que se confundía con el paisaje, excepto por una cosa. Sorprendentemente, había colgado blancas y parpadeantes luces de Navidad a lo largo de la barandilla del porche que ahora le hacia señas para entrar.
—Bonitas luces.
Se encogió de hombros.
—No soy inmune a un poco de alegría navideña de vez en cuando.
Abrió la puerta y la condujo al interior. Se detuvo en el umbral un momento antes de ceder a la necesidad del puma que estaba arañando sus entrañas.
Dentro de su casa admiró el hecho de que si bien estaba escasamente amueblada con muebles de cuero color crema, una televisión de pantalla plana que ocupaba muy poco espacio y una mesa de comedor para dos, estaba limpia y ordenada. Sólo el tipo de lugar que tendría si viviera sola.
—¿Vives aquí solo?
—Sip. No es lujoso, pero es mi hogar y me gusta. Además de que está cerca del trabajo, así que no tengo que viajar mucho —La leve sonrisa que le dio hizo algo extraño en su estómago. Diría que eran revoloteos pero sin duda no fue una especie de aleteo de mujer.
Sin esperar respuesta, se trasladó hacia el árbol de Navidad y encendió las luces, que arrojaron un brillo suave sobre el cuarto.
—No sé lo que te trajo a mi bar esta noche, pero estoy agradecido por eso.
Dean se acercó y le quitó la chaqueta. Su mano rozó los hombros desnudos por una fracción de segundo, enviándole un escalofrío caliente por la espalda.
Su corazón tartamudeo con la expresión de sus ojos. La lujuria resplandecía en su mirada y ella suspiró de anticipación.
—Yo no quiero estar sola en Navidad —admitió.
—No tiene que ser así nunca más —La agarró por los hombros y la atrajo hacia sí. Sus dedos estaban apretados contra su espalda desnuda, provocando un pequeño temblor. Cogió su cadera con la mano y la mantuvo inmóvil. Bajó la cabeza hasta que sus labios estaban a unos centímetros de los suyos—. Nunca tendrás que estar sola.
Así de cerca su olor la abrumaba y debilitaba. Niki lo miró, un fuerte sentido de vulnerabilidad la atacó. No luchó contra la atracción que sentía, incluso aunque quisiera. No lo hizo. Apretó sus labios contra los de ella, pasándole la lengua por la comisura hasta que los abrió en un suave jadeo. Se lanzó a su interior, acariciando y lamiendo. La mente de Niki dió vueltas con las sensaciones; la lengua devorando su boca que sabía a calor y especias, las manos que tiraban con fuerza contra él, y la erección rígida que presionó insistentemente contra su abdomen. Sus dedos aplastados contra los contornos de su pecho. El calor del cuerpo, emanaba a través del material de la camisa, empapando su piel. Con la cabeza dandole vueltas, se centró en el latido de su corazón bajo su mano. Sonaba más rápido de lo que esperaba, casi al mismo ritmo exacto que el suyo. Juntos iban en espiral hacia lo inevitable.
Tenía una extraña sensación de que algo importante iba a suceder.
Dean sólo había querido darle un beso tranquilizador para aliviar la tensión que sentía en su interior. En cambio el hambre subió, superando fácilmente su control. Caminó hacia atrás unos pasos hasta que su espalda se encontró con la pared. Apretó su muslo entre sus piernas mientras que su mano se deslizó a través de la piel de su pequeño top y se metió debajo para acariciar la carne sedosa de un pequeño pecho. La profundización del beso amortiguó su suave grito y sólo sirvió para instarlo a ir más profundo hasta que sus lenguas se entrelazaron en una feroz batalla de voluntades y necesidades.
Sabía aún mejor de lo que esperaba. Caliente, dulce, con una fuerte dosis de especias que tiró de él como un repentino incendio. La apretó con más fuerza mientras se arqueaba hacia él ansiando más. Ahuecó el suave montículo de su pecho y dio gracias a Dios por no haber tomado el día libre como había planeado. Sus pezones se endurecieron en dos puntos fuertes cuanto más exploraba, dándole otra indicación de lo excitada que estaba. Movió su boca a la de ella y le rozó su barbilla hasta que la cabeza se quedó inclinada contra la pared, dándole acceso completo a todo lo que quería. Y vaya que lo quería.
Tenía un cuerpo para el pecado y gracias a su raza, probablemente la predilección por el sexo duro y rápido. Por alguna razón la había catalogado como un puma diferente en el momento en que le llegó su fragancia. Ahora, su excitación empapada en sus bragas, llenaba la habitación con una fragancia que nunca olvidaría. La imagen de él devorándola de pies a cabeza se había cristalizado en su cerebro y supo entonces que lo que había pensado que sería una aventura de una noche con una mujer hermosa sería mucho más.
Compañera.
Sus labios rozaron el ascenso de sus senos y ella ronroneó contra su cabeza, agitando su cabello con su aliento. La cabeza de su polla se hinchó y flexionó contra su cuerpo, con ganas de estar libre del confinamiento. Tenía que enterrarse dentro de ella más de lo que necesitaba su próximo aliento. Se movió en sus brazos, sus senos frotandose contra su pecho. Un movimiento dulce destinado a conducir a un hombre salvaje como él a la lujuria. Para tomar represalias inclinó la cabeza, hizo a un lado su escote y le acarició con la lengua un pezón al descubierto.
—Oh diablos —La palabra de su boca cayó en un largo gemido, que chisporroteó a través de su piel y directo a su polla.
La levantó en sus brazos y envolvió sus piernas alrededor de su cintura, clavando el calor de su coño a lo largo de la longitud de su rígida erección.
Su nariz se encendió.
—Puedo oler lo deliciosa que estarás. Eres intoxicante.
Sus dedos se hundieron en la suave piel de sus muslos mientras él luchaba por recuperar el control.
—Necesitas darte prisa —ella respiró con brusquedad.
La besó con fuerza, una repentina ola de posesión se apoderó de él. Dean no necesitaba que se lo dijeran dos veces. La llevó con gusto a la habitación y cayó sobre la cama. Rompio el beso, ella se rió y se retorció en sus brazos. Su diminuto top se deslizó hacia arriba dejando al descubierto sus pechos y casi se tragó la lengua.
—Tienes unos pechos exquisitos, cariño —Se lamió los labios y bajó la cabeza, ansioso de probarlos y burlarse de ellos. Rozó sus pezones duros como guijarros con los dientes hasta que se retorcío y gimío debajo de él. Sus manos agarraron los hombros, las uñas se clavaron en la piel de su espalda.
—Ahh sí, Niki. Tan hermosos —dijo entre dientes mientras su lengua lamía la curva de su pecho, continuando hacia abajo hasta que su lengua se arremolinó en la ligera hendidura de su ombligo. Sintió que los músculos de su abdomen tiraban, impactando líneas de placer en sus brazos y piernas y a lo largo de su columna vertebral. Dean gruñó y raspó con los dientes a lo largo de su carne desnuda.
Continuó moviéndose más abajo hasta que estuvo sobre sus piernas, su rostro se cernía sobre su falda y sus bragas. Empujó la falda fuera, enterró su nariz contra su sexo, inhalando una respiración profunda.
—¡Oh! tan dulce. No puedo esperar a probarte, sentir tu carne húmeda contra mi lengua —Le quitó las bragas lentamente por sus piernas antes de tirarlas en algún lugar de la habitación. No le importaba nada, cuando lo único en lo que podía pensar era en su tierno y excitado coño esperando por él.
Sus muslos se abrieron y Dean se lamió los labios ante tal visión. Delante de él, una línea de finos rizos rubios claros cubría unos labios hinchados rogando por su toque. Su cordura no pudo resistir tal perfección. Metió la mano entre sus piernas y empujó un solo dedo contra la humedad de su entrada. Joder, estaba empapada.
—Por favor, Dean, me estás volviendo loca —Su respiración cambió a jadeos excitados cuando inclinó sus caderas para facilitarle el acceso.
—¿Por mí?
Le gustaba que estuviera tan desesperada, porque estaba ejercitando todo el control que poseía para no correrse. Empujó la punta de su dedo justo en el interior antes de inclinarse y lamerle el clítoris, su sabor explotó en su lengua, abrasando su cerebro para siempre.
Abrió la boca y gritó su nombre mientras sus dedos se hundieron en su cabello empujándole su cabeza hacia ella. Poco sabía que no tenía intención de ir a ninguna parte. Se instaló mejor entre sus piernas y siguió su festín con lamidas, mordiscos y pequeños bocados a sus muslos. Se retorció y gritó mientras se acercaba a su liberación. Su polla le dolía con la necesidad de estar enterrado en su interior el calor inundó sus bolas. Cristo, nunca lo había hecho de esa manera.
Arrastró su cuerpo por el de ella. Miró la piel blanca y cremosa, era una belleza transparente, se veía casi etérea para él. Algunos de sus cabellos rubios casi blancos se pegaron a la cara, donde el sudor se aferraba en su frente. Mirando fijamente a sus ojos, amó el deseo no disimulado que brillaba allí, puso la cabeza de su polla en su entrada.
—Dime que esto no es un sueño Dean. ¿Tú lo sientes también? —Gimió mientras empujaba sólo la punta dentro de ella.
—No, definitivamente no es un sueño.
Contuvo el aliento cuando le separó sus pliegues y siguió adelante. Sus terminaciones nerviosas se encendieron y arrancó un grito de su garganta mientras la llenaba dolorosamente lento. Un placer la inundó hasta que sus gritos se volvieron gemidos de placer cuando se enterró hasta la empuñadura. Dean se abalanzó y capturó la boca de Niki en un feroz y caliente beso, destinado a chamuscarlos juntos, en una necesidad sin sentido. Sus lenguas bailaron juntas en una antigua competencia por el dominio. Comió de ella como un hombre poseído, rezando porque aceptara su reclamación.
—Quiero verte venirte —susurró, sus palabras más duras de lo que esperaba.
Se clavó en su cuerpo al mismo tiempo que le pellizcó un pezón hasta el borde del dolor. Su orgasmo se construyó como un incendio repentino, súbito y explosivo desgarró a través de ella con una fuerza que la dejó sin aliento. Convulsionó alrededor de su pene. La explosión fue directamente a través de su alma hasta que su placer les inundó ambos. Se movió más rápido. Empujes duros, cortos con su coño apretando alrededor de su carne dura, sin perder su propio control firmemente sostenido. El sudor peinaba entre sus cuerpos.
Niki desgarró la ropa de cama mientras él se estrellaba dentro y fuera, había perdido todo el control. Agarró sus tetas y le frotó los pezones hasta convertirlos en puntos duros como rocas, gimiendo suplicas para que siguiera.
Sus colmillos asomaban a través de sus labios mientras gruñía y se inclinó sobre el hombro. Bajo un ataque de placer abrumador y con el olor de apareamiento torturando sus sentidos, Dean no pudo resistir la tentación de morderla.
—Voy a venirme en ti, nena. ¡Ahora!
—Oohh, Dios.
Niki gritó cuando le hundió sus dientes en su piel flexible mientras bombeaba su liberación dentro de ella, marcándola como suya. El tirón resultante de sus caderas hizo una abrazadera de su coño sobre su eje hasta que puntos negros aparecieron en su visión. Niki aulló siseos mientras le clavaba las uñas en la espalda, el borde del dolor alargó su placer. Juntos cabalgaron la ola hasta que finalmente se derrumbaron en la cama, cuerpos manchados de sudor y un aura de satisfacción rodeandolos.
—Joder Niki, ¿qué diablos fue eso? —La pregunta la hizo sonreír. Parpadeó, pero permaneció en silencio. La mirada en sus ojos le dio la impresión de que simplemente quería acurrucarse en sus brazos o su nueva feroz necesidad de protegerla le demandaba.
—Tan cansada.
Estiró sus brazos y la apretó contra él.
—Duerme entonces. No voy a ninguna parte esta noche.
—Yo tampoco. Esta noche no —respondió ella.
Dean escuchó su ritmo cardíaco lento y su pareja respiración. Apoyó la cabeza sobre su brazo libre y observó las luces de Navidad fuera centelleando en el reflejo de la ventana. La adrenalina todavía pinchaba y crepitaba por su sangre por el hecho maravilloso de que había encontrado a su compañera. Estaba ansioso por pasar el día de Navidad, de conocerla y ella a él. Por alguna razón, sus vidas se habían cruzado y su destino sellado. Ahora tenía que asegurarse de que ella sentía lo mismo.
Un suave ronroneo rompió el silencio en la habitación y retumbó a lo largo de su caja torácica. A pesar del aire que había encontrado después del sexo, el sonido del arrullado sueño en su nueva compañera lo contuvo y convenció a Dean para que la siguiera.
Dean le dio un beso para despertarla mientras gateaba sobre ella, arrastrando los labios desde sus pies hasta el cuello, prestando especial atención a su coño bastante rosado y sus pezones apretados. Quería volver a jugar.
—Feliz Navidad, Niki.
Entreabrió los ojos y miró la luz del sol asomarse en la habitación.
—Esta amaneciendo —se quejó—. ¿Por qué me despiertas? —Estiró los brazos, empujando sus pechos cerca de su boca.
Este era normalmente el punto en que se levantaba y se vestía alentando a su amante a hacer lo mismo, pero Niki era diferente. A pesar de las muchas veces en que se había venido durante toda la noche, su polla ya estaba dura como una roca y con ganas de más.
Miró hacia abajo, a la longitud de su cuerpo.
—Eres insaciable ¿no es así?
— ¿Te estas quejando?
Lo miró y se lamió los labios, un ronroneo sordo provino de su garganta.
—No oirás ninguna queja. ¿Pero no es esta la parte donde nos besamos y prometemos llamar y luego no lo hacemos? —Se acarició con la mano hacia atrás y adelante a través de su hombro.
La observó mientras pensaba en lo que había dicho. Se preguntó si se daba cuenta de que se estaba frotando el lugar donde la había marcado.
Mía.
—¿Es eso lo que quieres? —Si decía sí, tendría que demostrarle lo equivocada que estaba. Podía tomarla agradable y lentamente si tenía que hacerlo, pero de una manera u otra sería suya.
—¿No tienes un lugar para ir de vacaciones? ¿Algunos familiares esperando por ti? —Lo miró expectante cuando arrastró sus dedos a lo largo de las curvas de sus caderas.
—Estoy justo donde se supone que debo estar —retumbó—. Además, me debes una carrera.
Le sonrió y se movió sobre sus rodillas, empujándolo sobre su espalda. Empuño su erección y condujo la punta a su boca.
—Correremos más tarde. En primer lugar, es mi turno de darte un regalo de Navidad.
Él siseo en agradecimiento. Ya había conseguido el mejor regalo de su vida.
Una compañera.